jueves, 31 de enero de 2013

DEL PISITO A LA BURBUJA La herencia franquista



DEL PISITO A LA BURBUJA La herencia del Franquismo
                                  Jose Candela, septiembre 2012
Este trabajo es el resumen de mi proyecto de Tesis Doctoral en Historia:

 https://docs.google.com/file/d/0B69dHpUE0NjoaWFWUndCcGkyc0E/edit?usp=sharing,

En el se construye el relato de cómo los españoles adquirieron la cultura de la vivienda en propiedad, resultado de la necesidad de los españoles, y del discurso de la demagogia social del franquismo.
A través de un periodo oscuro para la población, y revuelto para las elites vencedoras de la Guerra Civil,  los falangistas expresaron su visión de la propiedad como institución de integración social.
Para los falangistas, la propiedad de la vivienda, en particular, servía al fortalecimiento de la familia y a la fijación de los trabajadores en las explotaciones agrarias y los centros industriales.
Detrás de las políticas de vivienda, subyacían n las concepciones patriarcales del nacional-catolicismo en torno a la familia, y a la mujer como ama de casa y madre, y la creencia, teorizada por los falangistas, de que la propiedad modera el radicalismo social.
Para Falange, la propiedad no respondía al principio liberal del derecho, sino a un derecho instrumental jerarquizado y controlado. Formaba parte del programa de redención del proletariado, otorgando identidad al propietario y reduciendo su movilidad, fijada a un núcleo familiar y un trabajo.

La herramienta principal de la política social de vivienda, fue la Organización Sindical Española que, mediante el INV (Instituto nacional de la Vivienda) y la OSH (Obra Sindical del Hogar), se valió de ella como una forma de encuadramiento de los productores en el sindicalismo vertical.
Las políticas de vivienda no fueron monolíticas en sus objetivos, aunque si en el fomento la propiedad. En un primer periodo, que puede considerarse acabado en 1950, el urbanismo y la vivienda en propiedad, fueron claves de la particular visión de la lucha de clases del Nacional-Sindicalismo, basada en el interclasismo y la propiedad.
El mundo de los negocios, incapaz de financiar la construcción de viviendas, protestaba por las políticas planificadoras del urbanismo falangista y por la congelación de alquileres, decretada al finalizar la guerra para evitar la inflación de rentas urbanas. Las empresas inmobiliarias se retrajeron e hicieron acopio de solares a buen precio, aprovechando el mercado de posguerra de los vencidos.
Tras la derrota nazi, los falangistas aceptaron el Gobierno de España como una coalición de fuerzas, cuyo  árbitro, Francisco Franco, no iba a consentir desequilibrios que pusieran en riesgo ni la propia coalición, ni su capacidad de adaptación a las circunstancias internacionales.
En 1946, la coalición estalló en el Ayuntamiento de Madrid en 1946, a causa de la planificación administrativa sobre la disponibilidad del suelo con la aprobación del Plan de Urbanismo. El conflicto fue resuelto por Franco, dejando el tema de la propiedad tal como decía Falange, y el urbanismo tal como lo querían el mundo de los negocios, y los conservadores católicos. Prioridad en la vivienda subvencionada a los contratos en propiedad, y liberalización del suelo urbano para los empresarios.
A finales de los años cuarenta, los problemas financieros habían convertido las políticas de urbanismo y de vivienda, en un cúmulo de declaraciones, organismos, leyes y decretos, sin contenido real, excepto por las actuaciones realizadas para proporcionar vivienda al personal del Nuevo Estado. El régimen dio prioridad a la dotación de vivienda para sus cuadros políticos, militares y funcionarios. También consiguió que grandes empresas y el INI construyeran viviendas para fijar a sus empleados.
Desde 1939, la DGRD acometió la reconstrucción de zonas rurales, que se financió con dinero creado sin soporte por el Banco de España. A la falta de recursos económicos se sumó la inflación. La reconstrucción de las zonas urbanas fue mínima y Madrid conservo sus barrios destruidos hasta los años 50.
En esos años se produjo el ascenso de los católicos dentro del Régimen, y el INV incorporó a los  Patronatos católicos a la política social de vivienda. La Iglesia demostró su capacidad para movilizar recursos, y encuadrar y alistar a las clase media y media-baja, a través de sus patronatos de viviendas.
El contexto humano lo constituía la tragedia de la posguerra. Al terminar la guerra civil, muchos españoles abandonaron las zonas rurales, y las pequeñas poblaciones, huyendo de la represión y de la hambruna. En las grandes ciudades, y sobre todo Madrid se crearon poblados de españoles “sin papeles”.
Se extendió el chabolismo y la mendicidad, fenómenos que alarmaron seriamente al Régimen, que, a finales de los cuarenta y comienzos de los cincuenta, se sintió impelido a tomar decisiones, empezando con la represión, pero también con la construcción de viviendas para alojar la población de los suburbios.
Ayudada por las iniciativas de la Iglesia, la OSH vuelve a recurrir a la inflción para financiar la política de viviendas. Con esos recursos se alcanza, hasta 1957, el primer auge inmobiliario de posguerra. Estas iniciativas, junto a las realizadas anteriormente con militares, funcionarios y cargos del Régimen, revelaron que los trabajadores priorizaban el pago de la hipoteca, dando solidez a la garantía hipotecaria.
A partir de 1957, coincidiendo con el ascenso de Arrese al Ministerio de la Vivienda, se produjo la entrada de capitales USA y del FMI, que permitió a la banca oficial dar crédito  a las Cajas de Ahorro para financiar vivienda social. La convergencia de disponibilidad de dinero, de una cultura de moralidad en el pago de la deuda hipotecaria  y la reserva de suelo, por ocupación de las  zonas verdes y agrícolas en las periferias de las grandes ciudades, posibilitaron la apertura del mercado hipotecario y el gran boom de los años 60.
La propiedad como forma de tenencia de la vivienda demostró, vía garantía hipotecaria, que era la mejor opción para los negocios. Solo entonces, la iniciativa privada entró en el campo de la vivienda social.  La reforma del artículo 396 del Código Civil, fortaleciendo la  división horizontal de la propiedad inmobiliaria, reforzó los contratos de compra-venta de viviendas. Entonces el Ministro pudo decir “España es un país de propietarios, no de proletarios”
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Las migraciones y la falta de recursos para construir viviendas crearon el problema del chabolismo entre 1939 y 1969, emergencia nacional que sufrieron, durante quince o mas años, cientos de miles de personas trabajadoras. La represión y el hacinamiento retrasaron la viabilidad de los proyectos de familia, la cual era un elemento imprescindible  para el desarrollo de las identidades personales de la época.
La ciudad, donde se había acudido en busca de trabajo, y para muchos de anonimato, se transformó en una trampa. La concurrencia en los suburbios de personas con una cierta estabilidad laboral, rompió el muro de silencio de la dictadura. Se comunicaron con el conjunto de la población y contribuyeron con sus luchas a la cultura popular. Quedan múltiples testimonios literarios y cinematográficos sobre la cultura popular de propiedad de la vivienda.
La propaganda, y los medios de comunicación, todos ellos oficiales, difundían el afán por obtener un “pisito”. La concesión de viviendas sociales a vecinos chabolistas,  despertaba las expectativas populares. Las adjudicaciones de esos años, unidas a las anteriores entregas a mineros, trabajadores del mar, obreros de grandes industrias, clases medias y funcionarios, viviendas convertidas por la inflación en patrimonio a bajo coste, despertaron en las poblaciones obreras habitantes de chabolas, realquilados o usuarios de casas sin los servicios necesarios, la esperanza de rehacer sus vidas por medio de la obtención de una vivienda.
Para esos españoles, partiendo de donde partían, y de la larga experiencia del interregno irregular, las condiciones de solución del problema no parecían tener relevancia: Contrato de adhesión a las cláusulas de control gubernamental, bloques aislados, comunicaciones complicadas con el lugar de trabajo, las escuelas, centros de salud y mercados.
Pocos años mas tarde, la conquista de la identidad acompañó el asociacionismo semiclandestino vecinal por la conquista de esos derechos. Esas experiencias reforzaron la cultura adquirida en el proceso de acceso a la propiedad. El objetivo de las luchas vecinales, se imbricaba con la defensa de la propia vivienda.
Por último, la conducta de los emigrantes a Europa, que invirtieron sus ahorros en la compra de pisos en las ciudades como aval de su retorno en activo, es un testimonio de la  importancia que para  la generación de posguerra tenía la vivienda en propiedad. La cultura de la vivienda en propiedad se convirtió en una institución  para la población española, que se creó en las dos primeras décadas del franquismo.
Desde esos años, los españoles consideran lo mas natural preferir la propiedad a cualquier otra forma de tenencia de la vivienda. Lo aprendieron en un proceso traumático de desarraigo y hacinamiento. La emulación hacia sectores populares mas o menos favorecidos por el régimen, y hacia las nuevas clases medias, elevadas por el empleo oficial en el estado franquista, actuó como factor de refuerzo cultural.
El proceso se fraguó en dadas las duras condiciones que vivieron varios millones de españoles durante los veinte años de posguerra. Alcanzar una vivienda fue visto como el final de un proceso de exclusión de lo que, en aquellos momentos, se consideraba la propensión natural de las gentes: La construcción de una familia.
La propiedad de la vivienda protegía contra la carestía de alquileres, y contra el alza continua del precio de la propia vivienda.  Permitía un entorno estable de relaciones y la vivencia, respecto a ese entorno, del proceso identitario de diferenciación.
Por último, los españoles en los sesenta, y sobre todo en los setenta, percibieron cómo las cuotas de amortización de sus viviendas sociales y de renta limitada, se devaluaban, haciendo que la propiedad implicara cargas decrecientes.

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