DEL PISITO A
LA BURBUJA La herencia del Franquismo
Jose Candela,
septiembre 2012
Este trabajo es el resumen de mi proyecto de Tesis Doctoral en Historia:
https://docs.google.com/file/d/0B69dHpUE0NjoaWFWUndCcGkyc0E/edit?usp=sharing,
Este trabajo es el resumen de mi proyecto de Tesis Doctoral en Historia:
https://docs.google.com/file/d/0B69dHpUE0NjoaWFWUndCcGkyc0E/edit?usp=sharing,
En el se construye el relato de cómo los españoles adquirieron la cultura de la vivienda en propiedad, resultado de la necesidad de los españoles, y del discurso de la demagogia social del franquismo.
A través de un periodo oscuro para la población, y revuelto para las elites vencedoras de la Guerra Civil, los falangistas expresaron su visión de la propiedad como institución de integración social.
Para los falangistas, la propiedad de la vivienda, en particular, servía al fortalecimiento de la familia y a la fijación de los trabajadores en las explotaciones agrarias y los centros industriales.
A través de un periodo oscuro para la población, y revuelto para las elites vencedoras de la Guerra Civil, los falangistas expresaron su visión de la propiedad como institución de integración social.
Para los falangistas, la propiedad de la vivienda, en particular, servía al fortalecimiento de la familia y a la fijación de los trabajadores en las explotaciones agrarias y los centros industriales.
Detrás de las
políticas de vivienda, subyacían n las concepciones patriarcales del
nacional-catolicismo en torno a la familia, y a la mujer como ama de casa y
madre, y la creencia, teorizada por los falangistas, de que la propiedad modera
el radicalismo social.
Para Falange, la
propiedad no respondía al principio liberal del derecho, sino a un derecho
instrumental jerarquizado y controlado. Formaba parte del programa de redención
del proletariado, otorgando identidad al propietario y reduciendo su movilidad,
fijada a un núcleo familiar y un trabajo.
La herramienta
principal de la política social de vivienda, fue la Organización Sindical
Española que, mediante el INV (Instituto nacional de la Vivienda) y la OSH
(Obra Sindical del Hogar), se valió de ella como una forma de encuadramiento de
los productores en el sindicalismo vertical.
Las políticas de
vivienda no fueron monolíticas en sus objetivos, aunque si en el fomento la
propiedad. En un primer periodo, que puede considerarse acabado en 1950, el
urbanismo y la vivienda en propiedad, fueron claves de la particular visión de
la lucha de clases del Nacional-Sindicalismo, basada en el interclasismo y la
propiedad.
El mundo de los
negocios, incapaz de financiar la construcción de viviendas, protestaba por las
políticas planificadoras del urbanismo falangista y por la congelación de
alquileres, decretada al finalizar la guerra para evitar la inflación de rentas
urbanas. Las empresas inmobiliarias se retrajeron e hicieron acopio de solares
a buen precio, aprovechando el mercado de posguerra de los vencidos.
Tras la derrota
nazi, los falangistas aceptaron el Gobierno de España como una coalición de
fuerzas, cuyo árbitro, Francisco
Franco, no iba a consentir desequilibrios que pusieran en riesgo ni la propia
coalición, ni su capacidad de adaptación a las circunstancias internacionales.
En 1946, la
coalición estalló en el Ayuntamiento de Madrid en 1946, a causa de la
planificación administrativa sobre la disponibilidad del suelo con la
aprobación del Plan de Urbanismo. El conflicto fue resuelto por Franco, dejando
el tema de la propiedad tal como decía Falange, y el urbanismo tal como lo
querían el mundo de los negocios, y los conservadores católicos. Prioridad en
la vivienda subvencionada a los contratos en propiedad, y liberalización del
suelo urbano para los empresarios.
A finales de los
años cuarenta, los problemas financieros habían convertido las políticas de
urbanismo y de vivienda, en un cúmulo de declaraciones, organismos, leyes y
decretos, sin contenido real, excepto por las actuaciones realizadas para
proporcionar vivienda al personal del Nuevo Estado. El régimen dio prioridad a
la dotación de vivienda para sus cuadros políticos, militares y funcionarios.
También consiguió que grandes empresas y el INI construyeran viviendas para
fijar a sus empleados.
Desde 1939, la
DGRD acometió la reconstrucción de zonas rurales, que se financió con dinero
creado sin soporte por el Banco de España. A la falta de recursos económicos se
sumó la inflación. La reconstrucción de las zonas urbanas fue mínima y Madrid
conservo sus barrios destruidos hasta los años 50.
En esos años se
produjo el ascenso de los católicos dentro del Régimen, y el INV incorporó a
los Patronatos católicos a la
política social de vivienda. La Iglesia demostró su capacidad para movilizar
recursos, y encuadrar y alistar a las clase media y media-baja, a través de sus
patronatos de viviendas.
El contexto
humano lo constituía la tragedia de la posguerra. Al terminar la guerra civil,
muchos españoles abandonaron las zonas rurales, y las pequeñas poblaciones,
huyendo de la represión y de la hambruna. En las grandes ciudades, y sobre todo
Madrid se crearon poblados de españoles “sin papeles”.
Se extendió el
chabolismo y la mendicidad, fenómenos que alarmaron seriamente al Régimen, que,
a finales de los cuarenta y comienzos de los cincuenta, se sintió impelido a
tomar decisiones, empezando con la represión, pero también con la construcción
de viviendas para alojar la población de los suburbios.
Ayudada por las
iniciativas de la Iglesia, la OSH vuelve a recurrir a la inflción para
financiar la política de viviendas. Con esos recursos se alcanza, hasta 1957,
el primer auge inmobiliario de posguerra. Estas iniciativas, junto a las
realizadas anteriormente con militares, funcionarios y cargos del Régimen,
revelaron que los trabajadores priorizaban el pago de la hipoteca, dando
solidez a la garantía hipotecaria.
A partir de
1957, coincidiendo con el ascenso de Arrese al Ministerio de la Vivienda, se
produjo la entrada de capitales USA y del FMI, que permitió a la banca oficial
dar crédito a las Cajas de Ahorro
para financiar vivienda social. La convergencia de disponibilidad de dinero, de
una cultura de moralidad en el pago de la deuda hipotecaria y la reserva de suelo, por ocupación de
las zonas verdes y agrícolas en
las periferias de las grandes ciudades, posibilitaron la apertura del mercado
hipotecario y el gran boom de los años 60.
La propiedad
como forma de tenencia de la vivienda demostró, vía garantía hipotecaria, que
era la mejor opción para los negocios. Solo entonces, la iniciativa privada
entró en el campo de la vivienda social.
La reforma del artículo 396 del Código Civil, fortaleciendo la división horizontal de la propiedad
inmobiliaria, reforzó los contratos de compra-venta de viviendas. Entonces el
Ministro pudo decir “España es un país de propietarios, no de proletarios”
*
Las migraciones
y la falta de recursos para construir viviendas crearon el problema del
chabolismo entre 1939 y 1969, emergencia nacional que sufrieron, durante quince
o mas años, cientos de miles de personas trabajadoras. La represión y el
hacinamiento retrasaron la viabilidad de los proyectos de familia, la cual era
un elemento imprescindible para el
desarrollo de las identidades personales de la época.
La ciudad, donde
se había acudido en busca de trabajo, y para muchos de anonimato, se transformó
en una trampa. La concurrencia en los suburbios de personas con una cierta
estabilidad laboral, rompió el muro de silencio de la dictadura. Se comunicaron
con el conjunto de la población y contribuyeron con sus luchas a la cultura
popular. Quedan múltiples testimonios literarios y cinematográficos sobre la
cultura popular de propiedad de la vivienda.
La propaganda, y
los medios de comunicación, todos ellos oficiales, difundían el afán por
obtener un “pisito”. La concesión de viviendas sociales a vecinos
chabolistas, despertaba las
expectativas populares. Las adjudicaciones de esos años, unidas a las
anteriores entregas a mineros, trabajadores del mar, obreros de grandes
industrias, clases medias y funcionarios, viviendas convertidas por la
inflación en patrimonio a bajo coste, despertaron en las poblaciones obreras
habitantes de chabolas, realquilados o usuarios de casas sin los servicios
necesarios, la esperanza de rehacer sus vidas por medio de la obtención de una
vivienda.
Para esos
españoles, partiendo de donde partían, y de la larga experiencia del interregno
irregular, las condiciones de solución del problema no parecían tener relevancia:
Contrato de adhesión a las cláusulas de control gubernamental, bloques
aislados, comunicaciones complicadas con el lugar de trabajo, las escuelas,
centros de salud y mercados.
Pocos años mas
tarde, la conquista de la identidad acompañó el asociacionismo semiclandestino
vecinal por la conquista de esos derechos. Esas experiencias reforzaron la
cultura adquirida en el proceso de acceso a la propiedad. El objetivo de las luchas
vecinales, se imbricaba con la defensa de la propia vivienda.
Por último, la
conducta de los emigrantes a Europa, que invirtieron sus ahorros en la compra
de pisos en las ciudades como aval de su retorno en activo, es un testimonio de
la importancia que para la generación de posguerra tenía la
vivienda en propiedad. La cultura de la vivienda en propiedad se convirtió en
una institución para la población
española, que se creó en las dos primeras décadas del franquismo.
Desde esos años,
los españoles consideran lo mas natural preferir la propiedad a cualquier otra
forma de tenencia de la vivienda. Lo aprendieron en un proceso traumático de
desarraigo y hacinamiento. La emulación hacia sectores populares mas o menos
favorecidos por el régimen, y hacia las nuevas clases medias, elevadas por el
empleo oficial en el estado franquista, actuó como factor de refuerzo cultural.
El proceso se
fraguó en dadas las duras condiciones que vivieron varios millones de españoles
durante los veinte años de posguerra. Alcanzar una vivienda fue visto como el
final de un proceso de exclusión de lo que, en aquellos momentos, se
consideraba la propensión natural de las gentes: La construcción de una
familia.
La propiedad de
la vivienda protegía contra la carestía de alquileres, y contra el alza
continua del precio de la propia vivienda. Permitía un entorno estable de relaciones y la vivencia,
respecto a ese entorno, del proceso identitario de diferenciación.
Por último, los
españoles en los sesenta, y sobre todo en los setenta, percibieron cómo las
cuotas de amortización de sus viviendas sociales y de renta limitada, se
devaluaban, haciendo que la propiedad implicara cargas decrecientes.
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